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SÓCRATES Y LA SABIDURÍA GRIEGA
Xabier Zubiri, Madrid 1940
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IV SÓCRATES: EL TESTIMONIO DE JENOFONTE Y DE ARISTÓTELES
En las primeras líneas de sus Memorables nos dice Jenofonte lo siguiente:
"Sócrates, en efecto, no hablaba, como la mayoría de los otros,
acerca de la Naturaleza entera, de cómo está dispuesto eso que los
sabios llaman Cosmos y de las necesidades en virtud de las cuales acontece
cada uno de los sucesos del cielo, sino que, por el contrario, hacía ver
que los que se rompían la cabeza con estas cuestiones eran unos locos.
"Porque
examinaba, ante todo, si es que se preocupaban de estas elucubraciones
porque creían conocer ya suficientemente las cosas tocantes al hombre o sí
porque creían cumplir con su deber dejando de lado estas cosas humanas y
ocupándose con las divinas. Y, en primer lugar, se asombraba de que no
viesen con claridad meridiana que el hombre no es capaz de averiguar
semejantes cosas, porque ni las mejores cabezas estaban de acuerdo entre sí
al hablar de estos problemas, sino que se arremetían mutuamente como
locos furiosos. Los locos, en efecto, unos no temen ni lo temible,
mientras otros se asustan hasta de lo más inofensivo; unos creen que no
hacen nada malo diciendo o hablando lo que se les ocurre ante una
muchedumbre, mientras que otros no se atreven ni a que les vea la gente;
unos no respetan ni los santuarios, ni los altares, ni nada sagrado,
mientras que otros adoran cualquier pedazo de madera o de piedra y hasta
los animales. Pues bien: los que se cuidan de la Naturaleza entera, unos
creen que "lo que es" es una cosa única; otros, que es una
multitud infinita; a unos les parece que todo se mueve; a otros, que ni
tan siquiera hay nada que pueda ser movido; a unos, que todo nace y
perece; a otros, que nada ha nacido ni perecido.
"En
segundo lugar, observaba también que los que están instruidos en los
asuntos humanos pueden utilizar a voluntad en la vida sus conocimientos en
provecho propio y ajeno, y (se preguntaba entonces) si, análogamente, los
que buscaban las cosas divinas, después de llegar a conocer las
necesidades en virtud de las cuales acontece cada cosa, creían hallarse
en situación de producir el viento, la lluvia, las estaciones del año y
todo lo que pudieran necesitar, o si, por el contrario, desesperados de no
poder hacer nada semejante, no les queda más que la noticia de que esas
cosas acontecen.
"Esto
era lo que decía de los que se ocupaban de estas cosas. Por su parte, él
no discurría sino de asuntos humanos, estudiando qué es lo piadoso, qué
lo sacrílego; qué es lo honesto, qué lo vergonzoso; qué es lo justo,
qué lo injusto; qué es sensatez, qué insensatez; qué la valentía, qué
la cobardía; qué el Estado, qué el gobernante; qué mandar y quién el
que manda, y, en general, acerca de todo aquello cuyo conocimiento estaba
convencido de que hacia a los hombres perfectos, cuya ignorancia, en
cambio, los degrada, con razón, haciéndolos esclavos" (1, 1,
11-17).
No
es, desde luego, el único texto, pero es, ciertamente, uno de los más
significativos, porque en breve espacio se agrupan la mayoría de los términos
que han ido apareciendo en nuestra exposición, y se presta por esto, como
pocos, para situar la obra de Sócrates.
Agreguemos
el testimonio de Aristóteles según el cual "Sócrates se ocupó de
lo concerniente al éthos, buscando lo universal y siendo el primero en
ejercitar su pensamiento, en definir." (Mét., 987, b. 1.)
Es
sobradamente conocida la imagen de Sócrates que nos describe Platón en
su apología: el hombre justo que prefiere aceptar la ley, aunque se
vuelva contra su vida.
Una cosa resulta clara: Sócrates toma una cierta actitud ante al Sabiduría
de su tiempo, y a base de ella comienza su acción propia.
De Escorial, Madrid, 1940.
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