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SÓCRATES Y LA SABIDURÍA GRIEGA
Xabier Zubiri, Madrid 1940
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VI SÓCRATES: LA SABIDURÍA COMO ÉTICA
Lo
que haya sido la acción positiva de Sócrates en orden a la filosofía
está ya predeterminado en la forma misma en que se sitúa. ¿Es o no
intelectual? A esta pregunta no puede darse una respuesta unívoca. Para
nosotros, es decir, para las generaciones que le sucedieron, si. Para su
época, y probablemente para sí propio todos, más o menos, nos
juzgamos desde nuestro mundo, no.
Para
su época, no; porque Sócrates no se dedicó a ningún menester de los
que en ella se llamaron intelectuales. No se ocupó de cosmología, no se
debatió con los problemas tradicionales de la filosofía. No fue, desde
luego, el inventor del concepto y de la definición. Las expresiones
aristotélicas no han de tomarse necesariamente en la acepción
rigurosamente técnica que después han tenido. En realidad, Aristóteles
se limitó a decir que Sócrates buscaba qué son las cosas en sí mismas,
no en función de las circunstancias, y que trató de atenerse al sentido
de los vocablos para no dejarse arrastrar por el brillo de los discursos.
Tampoco es muy probable que hiciera grandes inventos éticos: por lo
menos, no nos consta que se ocupara más que de la virtud privada y pública
en sus varias dimensiones. ¿Cómo había de ser tenido por intelectual?
¿Cómo había de tenerse a sí propio por tal? El intelectual de su época
era un Anaxágoras, un Empédocles, un Zenón, un Protágoras quizá. Nada
de esto fue Sócrates. Nada de esto quiso ser. Quiso mas bien no serlo.
¿Era
entonces simplemente un justo, un hombre de moral perfecta? No sabemos a
ciencia cierta qué moral profesó, ni tan siquiera conocemos el detalle
de su vida. Por otra parte, la política ha contribuido, a veces, con sus
yerros, a crear grandes figuras históricas en la imaginación de los
ciudadanos. En todo caso, su indiscutible elevación moral no hubiera
justificado su influencia filosófica. Y ésta ha sido decisiva. Toda la
crítica histórica del planeta será incapaz de desvanecer ese hecho,
cuya fisonomía podrá ser confusa, pero cuyo volumen está ahí
gravitando imperturbable.
Digámoslo
de una vez. Sócrates no ha creado ciencia: ha creado un nuevo tipo de
vida intelectual, de Sabiduría. Sus discípulos han recogido el fruto de
esa nueva vida. Y como aconteció en su hora a Parménides y Heráclito,
acontece también a Sócrates: al despertar a una vida nueva, ésta se
entiende, en sus comienzos, en función de la antigua. Por esto, para
unos, Sócrates era un sofista más; para otros, un buen hombre. Para su
descendencia fue un intelectual. En realidad, inauguró simplemente un
nuevo tipo de Sofía. Nada más, pero nada menos.
Hasta
ahora no hemos visto esta Sabiduría más que en un aspecto negativo: su
retracción ante la intelectualidad al uso, su repulsa enérgica para
ella. Sócrates queda alejado de la vida pública, retraído a su
existencia privada. Abandona la retórica para tomar en serio el ser y el
pensamiento. Pero sería un error suponer que esta retirada fue la adopción
de un aislamiento total. Sócrates no fue un pensador solitario. Lo
privado de una vida no es idéntico a su aislamiento. Hay, por el
contrario, el riesgo de que el solitario encuentre, en su soledad aislada,
un modo de notoriedad y, por tanto, de publicidad. Que algunos discípulos
suyos malentendieran así su actitud es cosa conocida. No se trata de
esto. Mucho menos aún de lo que ha sido, por ejemplo, la soledad para
Descartes. El "solus recedo" de Descartes, ese quedar a solas
consigo mismo y su pensamiento, está a doscientas leguas de Sócrates,
por la razón sencilla de que no ha habido ningún griego que haya tomado
esa actitud mental. A donde Sócrates se retira es a su casa, a una vida
semejante a la del cualquier otro, sin entregarse a las novedades de una
concepción progresista de la vida, tal como se hacía en la élite
ateniense, pero sin dejarse impresionar tampoco por la mera fuerza
del pasado. Tiene sus amigos, y con ellos habla. Para todo buen griego el
hablar va tan unido al pensar como para el semita rezar y recitar; la
oración del semita es justamente eso, oración, algo en que participa
siempre su os, su boca. Para un griego, el hablar no se da aislado del
pensar: el logos es, a la vez, lo uno y lo otro. Entendió siempre el
pensamiento como un diálogo silencioso del alma consigo misma, y el diálogo
con los demás como un pensamiento sonoro. Sócrates es un buen heleno:
piensa hablando y habla pensando. De hecho, de él ha salido el diálogo
como modo de pensamiento.
Pero,
¿cómo vive Sócrates? Por lo menos, ¿cómo entiende que se ha de vivir?
Esto es lo esencial.
Por
lo pronto, ya lo veíamos, con noûs, con mente. Aristóteles nos dice que
ejercitó su pensamiento, su diánoia. Sin embargo, había aquí algo
confuso. La filosofía tradicional había surgido de la mente pensante, y
de ella se nutrió, tanto en el alma del filósofo como en su expresión,
por medio del logos. Sin embargo, ya lo hicimos notar, en el momento quizá
más decisivo de la filosofía pre-socrática, esa mente se aplica a la
naturaleza, a eso que se venía llamando lo divino, dejándose fuera el
mundo usual, a sus cosas, a los hombres, a sus más importantes
vicisitudes, y dejándolo fuera, no de cualquier modo, no por una simple
preterición, sino en forma mucho más grave: descalificándolo, como doxa,
arrojándola fuera del mundo del ser, como algo que pretende ser, pero no
es en verdad. Y por esto Sócrates llamó a estos filósofos dementes.
Precisamente las generaciones inmediatamente posteriores a las guerras médicas
reaccionaron con vigor, según vimos también, pero lo que triunfa en el
orden de la inteligencia es lo que llevará más tarde a la ciencia
racional de las cosas naturales. Sus primeros elaboradores, Empédocles y
Anaxágoras, se parecen todavía demasiado a Parménides y Heráclito. En
cambio, aquellos en quienes la ciencia va a prender con plenitud, apenas
han comenzado a nacer en tiempo de Sócrates No pudo, pues, preocuparse
excesivamente de ellos, y Empédocles y Anaxágoras, en cuanto científicos,
son poco más que gérmenes. Por lo que tienen de afín con la sabiduría
clásica, son incapaces, como ésta, de llegar satisfactoriamente a
las cosas de la vida usual. Sólo Protágoras ha intentado partir de las
cosas, no como cosas naturales, como ónta, sino como cosas usuales, khrémata.
Pero ya vimos a dónde llegó.
Pues
bien: Sócrates es, en este punto, un típico representante de su generación.
Se explica que se le tomará por sofista. Trató de pensar y hablar de las
cosas, tales como se presentan inmediatamente en la vida diaria. Pero no
en la vida pública, en plena dóxa, sino, al revés, tomándolas en sí
mismas, es decir, en lo que son de veras, independientemente de las
circunstancias. Sócrates se ha situado, de momento, en la vida privada.
La vida pública vendrá después. Sólo un buen hombre puede ser un buen
ciudadano, y sólo un buen ciudadano puede ser un buen político. La mente
de Sócrates se aplicará, pues, a las cosas usuales de la vida, sin retórica,
pero con mente. Hasta él, la mente se aplicó tan sólo a "lo
divino", a la Naturaleza, al Cosmos o a la investigación racional de
la naturaleza de las cosas. Ahora va a concentrarse, por singular
paradoja, en las modestas cosas de la vida usual. He ahí su radical
innovación. El grave defecto de la filosofía tradicional, para Sócrates,
fue el haber desdeñado la vida cotidiana, haberla descalificado como
objeto de sabiduría, para pretender después regirla con consideraciones
sacadas de las nubes y de las estrellas. Sócrates medita sobre estas
cosas usuales y sobre lo que el hombre hace con ellas en la vida. Medita,
además, sobre las tékhnai. Pero estas tékhnai sobre que Sócrates
medita son, por esto, no solamente las que se constituyen en saberes científicos,
sino todo "saberhacer", de la vida: los oficios, como el de
carpintero, curandero, etcétera. Todo el conjunto de capacidades de vida
que el hombre adquiere en su trato con las cosas. Este es el concepto
griego de areté, virtud, que de suyo no tiene el menor sentido
primariamente moral. El "es" entra nuevamente en filosofía,
pero no es el "es" de la naturaleza, sino el "es" de
estas cosas que están al alcance de los hombres y de que depende su vida.
Creo que el texto de Jenofonte resulta, en este punto, suficientemente
explícito.
Donde
más claramente se percibe el intento socrático es en el sentido en que
emplea el célebre "conócete a ti mismo". Esta frase del
oraáculo de Delfos significaba que el hombre no ha de atribuirse
prerrogativas divinas, sino que ha de aprender a mantenerse modestamente
en su pura condición humana. Sócrates carga el apotegma con un nuevo
sentido. No se trata de no ser Dios, sino de escrutar con el noûs de cada
cual la voz que dicta lo que "es" la virtud.
Salgamos
inmediatamente al paso de una falsa interpretación. Que Sócrates medite
sobre las cosas de la vida usual no quiere decir que medite solamente
sobre el hombre y sus actos. De ordinario se ha tomado en este sentido el
testimonio de Aristóteles. Sin embargo, el vocablo griego éthos tiene un
sentido infinitamente más amplio que el que damos hoy a la palabra "ética".
Lo ético comprende, ante todo, las disposiciones del hombre en la vida,
su carácter, sus costumbres y, naturalmente, también lo moral. En
realidad, se podría traducir por "modo o forma" de vida, en el
sentido hondo de la palabra, a diferencia de la simple "manera".
Pues bien: Sócrates adopta un nuevo modo de vida; la meditación sobre lo
que son las cosas de la vida. Con lo cual, lo "ético" no está
primariamente en aquello sobre que medita, sino el hecho mismo de vivir
meditando. Las cosas de la vida no son el hombre; pero son las cosas que
se dan en su vida y de las que ésta depende. Hacer que la vida del hombre
dependa de una meditación sobre ellas, no es meditar sobre lo moral, a
diferencia de lo natural: es, sencillamente, hacer de la meditación el éthos
supremo. Dicho en otros términos: la sabiduría socrática no recae sobre
lo ético, sino que es, en sí misma, ética. Que de hecho aplicase su
meditación con preferencia a las virtudes cívicas, es cosa por demás
secundaria. Lo esencial es que el intelectual dejó de ser un vagabundo
que vive en las estrellas para convertirse en hombre sabio. La Sabiduría
como ética: he ahí la obra socrática. En el fondo, una nueva vida
intelectual.
Esta
ética de la meditación sobre las cosas de la vida llevó inexorablemente
a una intelección específica de éstas. Con la filosofía tradicional,
ya lo vimos, la naturaleza es aquello de donde todo emerge; y cuando la
Sabiduría adoptó la forma de ciencia racional, las cosas se presentaron
a la mente con su physis propia. "La Naturaleza" cedió el paso
a "la naturaleza" de cada cosa. Sócrates está muy lejos
de esto, por el momento. Al centrar su mente y su meditación sobre las
cosas, tales como se presentan en la vida, a fin de hacer depender ésta
de lo que aquéllas son en sí mismas, el "son", el eínai,
adquiere un nuevo sentido. No es, por lo pronto, nada que haga alusión a
su naturaleza. No significa esto que Sócrates haya descubierto el
concepto. Hay que esperar para ello hasta Aristóteles y Platón. Pero el
concepto aristotélico no es más que la teoría del quid. de la índole
de cada cosa, de su tí. Lo que la mente de Sócrates logra, al
concentrarse sobre las cosas usuales, es la visión del "qué"
de las cosas en la vida. La Sabiduría como ética, ha llevado, pues, a
algo decisivo en orden a la inteligencia de las cosas mismas; tan
decisivo, que será la raíz de toda la nueva filosofía y lo que le
permitirá volver a encontrar por otros caminos los temas de la Sabiduría
tradicional, momentáneamente puestos en suspenso.
Pero no adelantemos las ideas.
Antes,
dos palabras acerca de cómo se desarrolla la meditación socrática sobre
el "qué" de las cosas. En primer lugar, pensando y hablando con
sus amigos. Pero, ahora, la conversación ya no es disputa. No se trata de
defender opiniones formadas, porque no hay opiniones que defender; por
esto no cabe ni tan siquiera exponerlas. Se trata de hablar de las cosas y
desde las cosas. La conversación dejó de ser disputa para convertirse en
diálogo, en un sereno y reposado girar sobre las cosas para empaparnos de
ellas. Es un hablar en que el hombre más bien hace hablar a las cosas;
son casi las cosas mismas las que hablan en nosotros. Sócrates recordó
seguramente que, para Parménides y Heráclito, este indefectible saber
acerca de las cosas brota de algo que el hombre lleva en sí y que les
pareció algo divino: noûs y logos. Sócrates quiere borrar toda alusión
desmesurada a un saber sobrehumano. Su Sabiduría no será ya nada divino,
theîon; se contentará con llamarla modestamente daimónion.
Para
lograrlo, pone en suspenso la seguridad con que el hombre se apoya en las
cosas de la vida. Hace ver que en la vida corriente no se sabe lo que se
trae entre manos; lo que hace que la vida sea corriente es precisamente
esa ignorancia. El reconocerla es ya instalarse en la vida de la Sabiduría.
Entonces, las cosas, y con ellas la vida misma, quedan convertidas en
problemas. Es el saber del no saber, del "no saber de qué se
trata". Sólo a este precio conquista el hombre un nuevo tipo de
seguridad. Cuando hablamos con un enfermo, consideramos su sufrimiento, e
incluso compadecemos su desgracia. Pero si prescindimos de esta relación
vital con él, por tanto, si hacemos caso omiso de esta relación de
hombre a hombre, que adquiere su plenitud precisamente en la integridad de
las circunstancias y de las situaciones en que acontece, entonces se
desvanece ante nuestros ojos el enfermo y nos quedamos solamente cara a
cara con su enfermedad. Y la enfermedad ya no es objeto de compasión ni
de dolor: es simplemente un conjunto de caracteres que el enfermo posee,
un "que" . Y este desplazamiento de la mirada desde el enfermo a
la enfermedad, que momentáneamente deja de lado a aquél, se convierte
paradójicamente en un nuevo modo, más firme y seguro de "tratar el
enfermo De aquí saldrá la universalidad de la definición aristotélica
y ese singular viraje del "qué" hacia el "por qué".
Sócrates ni lo barruntó. Pero sólo fue posible dar con ello en la
reflexión socrática.
Por
este camino, por esta "ironía", suspendiendo la Sabiduría
tradicional y asentándola en algo más firme y asequible, en las cosas de
la vida cotidiana, Sócrates ha salvado, en principio, la verdad de aquélla.
En principio, porque el desarrollo plenario de la Sofía, como un modo de
saber, será cosa de Platón y de Aristóteles.
¿Fue
Sócrates un filósofo? Si por filósofo se entiende el que tiene una
filosofía, no. Si se entiende el que busca una filosofía, quizá
tampoco. Pero fue algo más. Fue, efectivamente, una existencia filosófica,
una existencia instalada en un ethos filosófico que, en un mundo
asfixiado por la vida pública, abre, ante un grupo privado de amigos, el
ámbito de una vida intelectual y de una filosofía, asentándola sobre
nuevas bases y poniéndola en marcha, tal vez sin saber demasiado a dónde
iba, en una nueva dirección. La reflexión socrática fue la constitución
de la filosofía. En el limitado número de posibilidades que la vida
ateniense ofreció a Sócrates: lanzarse a la vida pública como un
virtuoso de la palabra y del pensamiento, al modo de Protágoras y sus
discípulos; ocuparse de los saberes nuevos, de los que más tarde habrían
de salir las ciencias; sumirse en la masa amorfa del ciudadano absorto por
los quehaceres y urgencias de la vida cotidiana; volver a la vida
corriente, no para dejarse arrastrar por ella, sino para dirigirla por una
meditación fundada en lo que las cosas de la vida "son"... Sócrates
eligió resueltamente esta última. La decisión de Sócrates hizo posible
la existencia de la filosofía.
Lo
de menos es de qué se ocupara efectivamente, y más accesorio aún la
manera personal como Sócrates vivía. La mayoría de sus discípulos
tomaron su actitud, su éthos, como un trópos, como una simple manera.
Trataron, con mayor o menor bagaje intelectual nada más que bagaje,
de imitar a Sócrates. Fue seguramente, para él, la punzante ironía de
su vida. De ahí nacieron las pequeñas escuelas socráticas.
Unos
pocos quisieron algo más: quisieron adoptar su propio éthos, acercarse
socráticamente a las cosas y vivir socráticamente los problemas que éstas
plantean a la inteligencia. Las cosas les retribuyeron, entregándoles una
nueva Sofía. Fue la filo-sofía de la Academia y del Liceo.
De Escorial, Madrid, 1940.
Cap. VII. >>>
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